25 ago 2015

Poco a poco...

Poco a poco, vamos conociendo personas que se convierten en vecinos, amigos, compañeros de trabajo... Nos involucramos en sus vidas y ellos en las nuestras... Se comparten visiones, emociones, sensaciones, sentimientos..., a través del tiempo compartido. 
Nuestra idea inicial del conocimiento del otro, da paso a otra más profunda según avanzamos en la relación (como cualquier relación, necesita de tiempo, para querer entender, agradar, gustar, conocer, al otro).  El ego puede aparecer en cualquier momento (por una de las partes, o por ambas) si nos dicen lo que queremos oír, si no nos conocemos lo suficiente. Mantenernos observadores nos hará darnos cuenta del lenguaje verbal y del lenguaje de los gestos (de los propios, y de los ajenos). En una relación laboral, tal vez el otro dude de nuestras habilidades, o se adjudique méritos que no le corresponden...
Tengamos muy presente siempre que todos cambiamos (en mayor o menor medida, pero se trata de crecer, de evolucionar como personas, y no estamos obligados a ser los mismos: una mala experiencia nos puede llevar al odio, a la violencia, al insulto, al desprecio y menosprecio, a la venganza, a la ceguera... y tal vez se lo hagamos pagar a quién sólo nos da su tiempo, su cariño, su lealtad). Nadie es culpable de nuestras experiencias y aprendizaje pasado. Habrá gente que estará a nuestro lado siempre aunque no nos lo diga, pero con sus actos nos demostrará su lealtad inquebrantable. Habrá gente a la que siempre buscaremos y no querremos que se vaya de nuestra vida: es gente a la que demostraremos que nos importa, que creemos en ellos (por su bondad, por su alegría, por su disponibilidad, por su lealtad...). 

Cuida lo que dices. Cuida lo que decides creer.
Por eso, tengamos cuidado a quién escuchamos... Tengamos cuidado a quién creemos. La mente, siempre ella, se encarga de hacernos creer lo que ni es, ni fue, ni será. La mente no entiende de ironías, y aunque una idea mil veces repetidas nunca será verdad, la mente no lo sabe... 
Si nos conocemos, si nos probamos en distintos momentos (con todo lo que ello quiere decir: situaciones adversas que nos dejan cicatrices difíciles de curar; lágrimas; ansiedad; noches en vela; pérdida de apetito y de peso...), si no observamos que no toda la gente que llega a nuestra vida llega con ideas nobles y altruistas, buscaremos siempre culpables a nuestra situación. 
Y la vida no es para buscar culpables, es para buscar soluciones. Es para entender y comprender. Es para pararse y pensar si la vida que tengo es la vida que quiero, y qué hago para cambiar lo que no me gusta, lo que no me convence. En nosotros reside el problema y la solución: nadie nos engañará si nosotros estamos alertas, observando, analizando. La vida es para disfrutarla... sí, claro. Pero no a costa de dejar nuestros valores, de despreciar a quiénes no son como nosotros. La vida no es para disfrutarla a costa de aquellos a los que etiquetamos como una prolongación, o como una comparación, de nosotros y nuestros gustos... y todo lo demás no vale, se señala, se niega y se reniega.
Y si crees que por agradar a alguien debes pagar un precio, piensa en el precio... o piensa en tus valores.
Todo lo que hacemos, llega. Pero no siempre llega como pretendemos. Y ahí, la culpa es nuestra (por no probarnos, por no conocernos).

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