Enfócate en lo bueno |
Escribí historias que hablaban de mí. Y no lo entendieron. No sabían, ni entendían, de mi cambio.
Otra vez, otra catarsis, y otros cambios. Desde la sencillez, desde el deseo de no ser jade, no buscar brillar, toca volver a cambiar, a comprender, a perdonar. Desde la comprensión, desde las ganas de seguir creciendo y aprendiendo. Todo, por amor. El ego, llegada esta etapa de la vida, está más que superado. Nada es o conmigo o contra mí. Soy un ser más entre la gran humanidad. El mundo no se para, ni espera, por mí. Nadie pertenece a nadie. Pero mucho menos nadie pertenece a quién no se quiere quedar. La generosidad, el altruismo, se deben dar de forma desinteresada. Sin buscar medallas, sin buscar aplausos. Da igual quién nos mire, y su mirada. Llega un punto en que debes conocerte y/o reconocerte en el espejo. Eso es lo que llega a los demás. La cara es el espejo del alma. Las miradas no mienten. Los gestos no mienten. Las palabras, sólo son artificio cuándo no se sabe qué decir, qué responder... Las palabras ayudan, pero no lo son todo. Las palabras nos mecen en ensoñaciones, en recuerdos... pero al mismo tiempo, se ensucian, se alteran en otro contexto.
El ying y el yang. El todo y la nada. Todo cambio, y toda evolución, empieza por nuestra propia paz, nuestra propia estabilidad, nuestro propio descanso, nuestra propial lealtad y fidelidad. Nuestra propia felicidad. Todo crecimiento se va viendo despacio, en silencio, y de forma constante en el tiempo... Tú lo sabes, lo sientes, lo notas... Eso es lo que cuenta. Porque eso ocurre, sólo, por amor.
Gran lección de vida y grande quien se la aplica.
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