El sonido del vacío. |
Cierta tarde, mientras el anciano maestro estaba en el Templo con sus alumnos, un hombre irrumpió repentinamente gritando:
– “¡Embustero! ¡Farsante! ¡Mentiroso!…”
Todos los allí presentes se sintieron de lo más incómodos ante aquella situación y esperaban a que el maestro respondiera a los insultos, impacientes por una nueva lección.
Mas no fue eso lo que sucedió. Nuestro monje esperó a que el desconocido dejara de gritar y se marchara. Sólo entonces decidió reanudar su curso como si nada hubiera pasado.
A la semana siguiente, volvió a repetirse la misma escena: el desconocido se acercó al Sagrado Templo y lo insultó de nuevo:
– “¡Miserable! ¡Charlatán! ¡Canalla!…” – le gritó.
El maestro permaneció impasible en esta ocasión también.
Por tercera semana consecutiva aquel hombre volvió a acercarse al Templo y gritarle:
– “¡Cretino! ¡Necio! ¡Majadero!…”
Los alumnos estaban cada vez más asombrados. Muchos de ellos se sintieron incluso decepcionados. Nadie comprendía que su Maestro aceptara semejante humillación sin hacer ni decir nada.
Sin embargo, y por algún motivo desconocido, una semana más tarde, el mismo hombre entró de rodillas en el Templo implorando clemencia:
– “Perdón, Maestro, eres sabio y bondadoso, digno de admiración. Te pido disculpas pues alabo todo cuanto haces…”
Todos se quedaron desconcertados y sorprendidos ante tal cambio, sin embargo, el anciano monje tampoco reaccionó esta vez.
Uno de los alumnos, que creía ser más aventajado, preguntó al no poder contenerse:
– “¿Por qué no dices nada, Maestro? ¿Por qué no te defendiste antes o te alegras ahora?
– Mi querido alumno -dijo el anciano-, escuché lo que el hombre decía, pero nunca me pareció que estuviera hablando de mí.
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