4 jun 2015

Sir Gawain



Hace mucho tiempo, en la época del Rey Arturo y de la reina Ginebra, vivía sir Gawain, sobrino del rey y el caballero más cortés y valiente de toda Inglaterra. 

Un año, por Navidades, el rey y la reina recibieron a la corte en Carlisle, en el norte del país, y entre ellos se encontraba sir Gawain. El día después de la Navidad, el rey salió solo a caballo hacia el bosque. Al cabo de poco tiempo, llegó a un lago helado en cuya orilla se encontraba un castillo oscuro y sombrío. Mientras el rey observaba la superficie espectacular del lago, un caballero apareció en el portal del castillo provisto de un mazo de considerable tamaño. El rey se fue galopando hacia el caballero y le desafió. Pero a medida que se fue acercando al caballero, el rey Arturo vio que el hombre era un gigante. Era tan alto como dos jinetes valerosos y su cara tenía una expresión feroz. El gigante miró al rey con desprecio, empuñó su espada y su lanza y se comenzó a reír. 

-Tú eres mi prisionero -dijo-. Pero dado que eres el rey te ofreceré una oportunidad para quedar libre. Si en el plazo de un año encuentras la solución a mi acertijo, te dejaré ir. 

-¿Acertijo?-preguntó el rey-.Cuéntame el acertijo. 

-El acertijo es el siguiente: ¿Qué es lo que más desean todas las mujeres?- respondió el gigante-.Preséntate en este mismo lugar y desarmado dentro de un año a partir de hoy. Si no tienes la respuesta serás mi prisionero. Y con otra sonora carcajada hizo girar su caballo y se fue galopando hacia el interior de su lúgubre castillo. 

El rey Arturo volvió a través del bosque cavilando sobre el acertijo y con el miedo en el cuerpo. Cuando llegó a la corte contó a sus caballeros todo lo que había pasado. Cuando tuvieron noticia de que el rey sería aprisionado en caso de no resolver el acertijo, los caballeros comenzaron a buscar de una punta del reino a la otra, preguntándole a todo el mundo la solución del mismo. A lo largo de sus múltiples viajes escucharon muchas respuestas. 

-Joyas brillantes-contestó un hombre. Vestidos de seda, dijeron otros. Y cuando los caballeros le llevaron esas respuestas al rey éste supo, de algún modo, que ninguna de ellas era la correcta. 

Pasó un año y, tal como había prometido, el rey Arturo tenía que volver al castillo situado en la orilla del lago helado. Iba cabalgando lentamente y se encontraba muy alicaído. De repente, una voz gritó: 

-¿Por qué está tan triste, milord Arturo, el rey? 

Miró hacia arriba y vio a una mujer delante suya sentada sobre un tronco. Tenía la nariz retorcida, la piel cubierta de manchas repulsivas y el pelo enredado y apelmazado, y el rey pensó que era la mujer más fea que había visto en toda su vida. 

-¿Porque está tan triste, milord Arturo, el rey?-repitió la señora fea. 

La señora sabe mi nombre, pensó el rey sorprendido. Temía que hubiera detectado en su expresión lo fea que la encontraba. Tuvo el detalle de mirar en otra dirección cuando le respondió: 

-Estoy triste porque tengo que responder una adivinanza-dijo-o seré prisionero de un caballero gigante. 

-¿De qué se trata el acertijo?-preguntó la señora fea. 

-¿Que es lo que más desean todas las mujeres? 

La señora fea se echó a reír. 

-Éste si es fácil-le dijo. 

El corazón del rey comenzó a latir fuerte. 

-Dígame la solución, mi lady -le dijo-y le concederé cualquier favor que me pida. 

-¿Cualquier cosa que pida? -preguntó la señora y esgrimió una sonrisa asquerosa. 

El rey Arturo volvió a mirar, prudentemente, en otra dirección cuando contestó: 

-Cualquier cosa, señora.

-Entonces deje que le susurre la respuesta al oído-dijo la señora, y el rey se bajó del caballo, escuchó y, acto seguido, sin mirarle todavía a la cara, le dio las gracias y se fue cabalgando. 

El rey llegó rápidamente al lago helado, donde vio al caballero gigante cabalgando hacia él proveniente del castillo sombrío. 

-Bueno pues, milord rey-dijo el gigante entre risas- ¿me ha traído la respuesta a mi acertijo? 

Y el rey le dio la respuesta que la señora fea le había susurrado. 

El gigante estaba furioso. 

-¡Tiene la respuesta! ¡Sólo existe una persona que la sabe! ¡Mi hermana! Ella se la debe haber dicho.

E hizo girar su caballo y desapareció, mientras su rugido furioso retumbaba en el bosque. 

Ahora le tocaba reír al rey Arturo. Se fue cabalgando hacia el tronco donde todavía permanecía sentada la señora fea. 

-Dígame, milord rey-dijo con su fea sonrisa-, ¿fue correcta mi respuesta? 

-Sí lo fue, señora mía-respondió el rey-. Y ahora tal como le prometí, le concederé cualquier favor que me pida. 

-Le pido lo siguiente-dijo-. Pido que Gawain, el caballero más cortés, valiente de toda Inglaterra se convierta en mi marido. 

El rey se quedó perplejo y horrorizado. 

-Señora, por mucho que sea el rey, no puedo obligar a Gawain a casarse en contra de su voluntad. 

-Me dio su palabra-dijo la señora fea-. Ahora ve en busca suya y me lo traes. 

Arturo volvió cabalgando a través del bosque hacia la corte, otra vez con el ánimo por los suelos. Cuando le vieron llegar, toda la corte se regocijó de verlo a salvo y se aglomeró a su alrededor preguntándole qué respuesta había sido la correcta. 

Pero el rey suspiró. 

Ninguna de vuestras respuestas fue la correcta-dijo. Y, a continuación les contó la historia de la señora fea y su respuesta, y el favor que le había pedido a cambio. 

-Me casaré con esa señora, tío-dijo Gawain tranquilamente, porque no sólo era el caballero más cortés y valiente de toda Inglaterra, sino también un sobrino abnegado. 

-Lo haré por usted. 

Y el rey le contó detalles sobre la nariz retorcida de la señora, su piel cubierta de repugnantes manchas y su pelo enredado y apelmazado, pero Gawain insistió. 

-He decidido casarme con ella-dijo-por amor a usted. 

Y se fue hacia el bosque donde encontró a la señora fea sentada encima del tronco. Se quedó tan perplejo al ver su cara que no le salía palabra alguna. Parecía incluso más horrorosa de lo que su tío le había dicho. 

Pero entonces recordó que había dado su palabra al rey. Y por lo tanto, alejando la mirada cuidadosamente de la cara de la señora, hizo una reverencia delante de ella y preguntó: 

-¿Señora, desea ser mi esposa? - Y ella aceptó. 

Gawain y la señora se casaron en la abadía de Carlisle. Todo el mundo lo festejó y bailó y, a continuación, los invitados condujeron a sir Gawain y a la señora fea hasta la cámara nupcial y cerraron la puerta detrás de ellos. Ahora, los dos estaban solos. La señora le sonrió a su marido y él respondió con otra sonrisa y un suspiro. Pensando que todavía tenía un aspecto horripilante, la cogió en sus brazos, cerró los ojos y la besó. 

Cuando Gawain abrió sus ojos encontró en sus brazos a la chica más hermosa que había visto nunca. Sus ojos brillaban como piedras preciosas, su piel resplandecía y su pelo se rizaba alrededor de su cara.

Gawain se quedó estupefacto.

-Ahora has roto la mitad del hechizo-dijo la señora-. Mi madrastra me echó el hechizo de que sería horrorosamente fea hasta que encontrara a un buen marido. Ahora te tengo que ofrecer una alternativa. ¿Qué prefieres, Gawain, que yo sea la señora fea de día y guapa de noche? ¿O de aspecto agraciado de día y horripilante de noche en nuestra cámara nupcial? 

Gawain permaneció en silencio. 

-Te preferiría fea de día y-comenzó-. No, hermosa de día y... ¡no! 

Y pensó y pensó sobre la elección que debía tomar hasta que, finalmente, suspiró: 

- No puedo tomar esta decisión por ti, mi querida esposa-dijo por último-. Debes elegir tú misma.

Y entonces, la señora sonrió de todo corazón y cogió sus manos entre las suyas. 

-Has roto el maldito hechizo en su totalidad-dijo con alborozo-; de aquí en adelante siempre seré, de día y de noche, tal como me ves ahora. Libremente has dado la respuesta al acertijo que mi hermano impuso al rey: ¿qué es lo que más desea una mujer? 

Y la respuesta es: la capacidad de poder elegir lo que ella quiera.

El amor, el respeto, debe empezar por nosotros. Sin condiciones.
Seamos sinceros con nosotros mismos. Nada más importa...

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